OLER COLORES.
TOCAR SABORES …
“Eso”… es
sinestesia.
Definida como
la asimilación conjunta o interferencia de varias sensaciones de diferentes
sentidos en un mismo acto de percepción, es un fenómeno que se da en
determinadas personas, las cuáles son capaces de oler colores, asociar
determinadas letras o números a uno concreto
(por ejemplo el 7 y la letra S serían amarillos), ver sonidos o percibir
sensaciones gustativas con tan solo rozar una textura.
Y no es una
simple asociación de ideas. Sino que, realmente lo experimentan de ese modo,
percibiendo con frecuencia determinadas correspondencias entre tonos de color,
sonido e intensidad de una forma totalmente involuntaria. Sería el caso, por ejemplo, de una persona que
en una cata de aceite asocia rápidamente su color a una melodía y a un grado de
sedosidad. O que el tono cardenalicio de
un vino lo percibe de un intenso azul
dentro de un paisaje y una sensación térmica concretos.
Además,
durante el análisis sensorial se producen otro tipo de asociaciones más
directas y habituales que, precisamente por ello, pueden pasarnos
desapercibidas y que, sin embargo, tienen mucho que ver con los nexos establecidos
con nuestra vista, olfato y gusto.
Para poder describir un color acudimos al objeto que nos lo recuerda a través de la
proyección que tenemos de él. De este modo, el olor a limón nos transporta
hasta su imagen y, a partir de ahí, le definimos como tal. Este tipo de
conexiones están presentes en nuestro día a día. No hay más que observar los
chicles de menta, siempre de color verde, las chucherías de fresa (de un atractivo
rosa fuerte) o los pequeños caramelitos llamados “violetas” que asociamos de
manera inmediata a la imagen de la propia flor gracias a su forma, aroma y, por
supuesto, color.
Efectivamente,
durante el proceso de cata sucede lo mismo. Para definir los aromas primarios (procedentes
de la variedad de uva utilizada) acudimos a las referencias de flores,
vegetales o frutos, para los secundarios (resultantes del proceso de
fermentación, con presencia de levaduras) a las notas caramelizadas y a
nuestros propios referentes de pastelería, bollería y lácteos. Por último para
los terciarios (formados tras la crianza del vino en barricas y botella)
acudiremos a balsámicos y torrefactos, frutos secos, madera, piel, cuero,
ahumados, tabaco, café…
Tanta
complejidad a la hora de describir un vino a través de tres sentidos determina
que se acuda a un léxico común utilizado sobre todo por los catadores
profesionales. Son las denominadas "series o familias aromáticas" que
agrupan los distintos olores según sus características y a las que ya hemos
aludido anteriormente.
Por último, es
importante citar que, junto a las sinestesias y a las asociaciones directas que
se producen a lo largo del análisis del aceite, del destilado o de un vino y
que nos ayudan a describirlo, hay un tercer factor a tener en cuenta para el
análisis final: el modo de explicar las sensaciones táctiles que llegan a
través sobre todo de la fase gustativa sin que, en ningún momento, intervenga
el sentido del tacto. El “cuerpo” del
vino (atendiendo al volumen o consistencia en boca), su densidad, si es aterciopelado o presenta un
aspecto sedoso… Si, en conclusión, estamos ante la presencia de un vino redondo
y sin aristas.
Reflexionemos
sobre ello en nuestra próxima cata y…
¡Salud!
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